miércoles, 8 de octubre de 2008

miércoles, 20 de febrero de 2008

Engríanme, mátenme, cómanme


Los antiguos aztecas, venerables ancestros de Cuauhtémoc Blanco, Roberto Gómez Bolaños y las Flans[1], practicaban un ritual que merece ser recordado.

Anualmente, un muchacho se ofrecía voluntariamente para ser el representante terrenal del sanguinario y virulento dios Tezcatiploca, voraz adicto a los sacrificios humanos -es comprensible: todavía no se inventaban las fajitas de pollo con chipotle ni las sabrosas carnitas a la mexicana-.

Durante un año, el joven recibía, muy orondo, la adoración popular a través de mujeres, comida, siervos, obsequios y otros suculentos beneficios. Era tratado como un dios de carne y hueso. Engreidísimo. Omnipotente. Divo total.

Pero todo viene con truco en esta vida, como bien diría Paco Ferrer, reputado mutante de nuestra generosa mitología local. Me explico: las dádivas otorgadas al joven azteca no eran gratuitas.

Al matadero
Terminado el año de gozo poderoso, el valiente desgraciado, acompañado de su inmediato sucesor, subía a la terraza de una pirámide sagrada para enfrentar su gastronómico destino. Con precisión y delicadeza quirúrgica de un carnicero de Yerbateros, un sacerdote arrancaba el corazón del joven mártir con ayuda de un afilado cuchillo de obsidiana -tecpatl- para ofrecerlo inmediatamente al hambriento y caprichoso Tezcatiploca. Hecho esto, cortaba la cabeza y la insertaba en un extremo de un palo largo -imaginen a una degustadora de Wong empalando un trozo de chorizo Otto Kunz-.

El resto del cuerpo, otrora receptáculo de placeres mundanos, era fileteado para servir de alimento a los personajes más importantes del pueblo. El sucesor, desde luego, era premiado con un pedacito: "prueba, hijo mío, de la carne de aquel a quien por gran ventura tuya viniste a suceder, para ser manjar de los Dioses, y de los hombres por disposición, y ordenación suya[2]", le decía el sacerdote, afanoso, como si le estuviera invitando a comer un tiradito con crema de ají amarillo.

Perú y México, naciones hermanas
Cuando sintonizo mi novela de la tarde -el megajuicio al japonés Alberto Fujimori Fujimori-, me es imposible evitar la comparación entre este hecho antropológico azteca y los procesos electorales peruanos. Veamos:

- Un hombre se ofrece para ser engreído: noble y patriota ciudadano peruano -o extranjero, da igual- se lanza como candidato para la presidencia del Perú (una monarquía democrática).

- La ciudadanía lo acoge y lo engríe durante un período determinado: cinco años de viajes, whiskys, millones de dólares, agasajos, etcétera.

- Terminado el período, el voluntario es sacrificado públicamente: Alan García, Alberto Fujimori y
Alejandro Toledo fueron canibalizados mediática, política y judicialmente después de culminar el mandato presidencial.

- El dios -
la prensa amarillista- queda saciado, y el sucesor, mesiánico y chochísimo, asume su nuevo puesto no sin antes haber probado la carne de su predecesor: Fujimori comió de Alan, Toledo comió de Fujimori, Alan come de Toledo.

¿Será que los orígenes del canibalismo político peruano se encuentran en las sangrientas ceremonias en honor a Tezcatiploca? Vaya uno a saber. Sólo sé que se me antoja una enchilada.


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[1] Virtuosa agrupación femenina de los ochentas. "No controles mi forma de vestir/porque es total/y a todo el mundo gusto", dice el súper hit No Controles, puesto 44 en la lista de las 100 mejores canciones de los 80's según VH1. http://www.youtube.com/watch?v=ud5CTzlQGWU

[2] Jacinto de la Serna. Tratado de las supersticiones, idolatrías, hechicerías, y otras costumbres de las razas aborígenes de México.